Papantla (fragmento) - Viernes 25/XII/1998

Finísimas gotas de lluvia golpean sin cesar mi cara desde muy temprano por la mañana; poco a poco siento cómo la humedad se me filtra por los poros hasta finalmente empaparme el alma. Me doy cuenta de que tengo el cuerpo totalmente anegado sólo hasta que a mis labios y mi lengua llega un rastro de sal, justo el sabor de tu recuerdo.

...

Con el agüita constante, el pueblo todo se percibe gris como yo, me gusta. Se acuestan temprano al no encontrar nada más que hacer. Me parece que no duermen todo el tiempo, sino que hablan para sí. Yo, como ellos, pienso en todo lo que la rutina habitual nos arrebata de la mente: los deseos más oscuros, alguna sensual caricia del pasado o porvenir, una rencilla aún pendiente, o tal vez una dolencia añeja, siempre presente, pero que hoy por la humedad se crece ante nuestros nervios. Puede que ellos maquinen un plan para el día soleado que vendrá mañana... Yo solamente espero a que en algún momento deje de llover para ver qué sigue después.

...

Ni siquiera en la compañía de los desmemoriados Buendía puedo dejar de pensar en ti. Incluso ahora, mientras me detengo a contemplar el paisaje tropical, puedo dejar de dolerme por la ausencia de tu boca, tu cabello y tus formas, elementos frescos aún en la memoria de cada uno de mis dedos, de mis labios y de mi sexo, contra el que no podías dejar de frotarte como gata en celo.

¡Si tan sólo se me hubiese ocurrido amarrarte para siempre y cargarte a mis espaldas! Ahora estoy condenado a esta ausencia de peso que me hace volar a la menor ventisca.

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