Calles sin sentido - Cancún, 15 de enero de 2007


Caminábamos tomados de la mano,
siempre por esas largas calles oscuras,
deteniéndonos (sólo de vez en cuando)

para besarnos,

para sentir nuestras humedades, nuestra vida,
queriendo convencernos de que aún no,
nuestra hora no había llegado aún.

Reafirmando nuestra fugaz felicidad,
simulando que el miedo no existía,
así nos íbamos amando,
protegidos por la pesada noche.

Solos, caminábamos hasta llegar a esos túneles
en que los trenes cargados de cadáveres
encontraban su camino.

Un convoy nos estaba esperando.

Nos abrazábamos con más fuerza
al sabernos desprotegidos.
Entonces éramos desnudados a media luz
y arrojados inevitablemente con el resto.

¿Te acuerdas?

No faltaba nunca algún muerto
que al vernos entrelazados,
recordara lejanamente que alguna vez,
en algún lugar,

quiso querer.

Tampoco se hacía extrañar
aquel perro cuerdo que ladraba con toda su fuerza desde el andén:
“¡Malditos, se morirán!,
¡Eso no se hace!”

Estaba también aquel mendigo mugroso,
que acostumbraba limpiarse la boca
para besarnos en la frente
y luego relamerse el bigote.

Como todo, la noche terminaba;
un tren tras otro era vomitado desde la cueva hacia su destino
y salíamos de las sombras.
“¡Buenos días!”
parecían chillar las ruedas sobre los rieles.

Arriba, las vías llegaban siempre
hasta una bifurcación inevitable.

Las mujeres en las azoteas
empezaban a fabricar nubes blancas,
y entonces te perdía

hasta la noche siguiente.

1 comentario:

Anda, di lo que piensas. Para algo han de servir estas redes...