El Globo - Cancún, 23 de Marzo de 2010

Desde el día en el que el niño se encontró aquel globo metálico atorado entre las ramas de una jacaranda, pensó que sus vidas flotarían por siempre juntas. Adonde quiera que fuese, a su casa, a la escuela, en auto, en el subterráneo, en el camión o caminando, siempre asía fuertemente el largo cordón que anclaba a la tierra a su resplandeciente esfera.

Hubo ocasiones en las que el viento pretendía arrancar de sus dedos al amado globito, e inclusive hubo una vez en la que -con los ojos vidriosos por la desesperación- debió correr tras de él por varias cuadras hasta recuperarlo. En días soleados, el amigo relleno de gas parecía henchirse hasta su límite, pugnando por elevarse hacia el cielo, así que cuando no había ni un atisbo de nubes, el niño prefería no salir con su globo y se quedaba en casa largas horas admirándolo y platicando con él.

El pequeño tuvo que ingeniárselas para nunca perder a su compañero, así que, por debajo de la ropa, con el largo cordón hizo un nudo en su dedo gordo del pie derecho; subiendo por su pierna, hizo otro nudo alrededor de su glande; cruzándole el vientre y el pecho, uno más alrededor de su oreja izquierda, y por último, pasando la delgada cuerda por la espalda, uno en su dedo anular de la mano derecha.

Seguro de sí y de su amigo, el niño siguió creciendo. Ante la omnipresente mirada de su globo metálico, el pequeño libró por las calles mil batallas contra ejércitos de botellas de vidrio y armado sólo con pequeñas piedras y corcholatas, anotó goles espectaculares, escaló árboles y bardas, y lo mismo se atrevió a adentrarse en misteriosas coladeras y casas abandonadas, que a enfrentar horrendos monstruos en su oscura habitación. Era, cualquiera lo hubiese podido comprobar, verdaderamente invencible.

Así pasaron los años, los nudos del cordón se fueron aflojando y llegó un momento en el que el globo se liberó completamente. Sin embargo, en lugar de salir por la ventana mientras aún era tiempo, un tanto desinflado y opaco, permaneció en un rincón fresco dentro de la habitación.

El niño no existía más, era ya un adolescente con vello en el pubis y en las axilas, su voz cambiaba intermitentemente entre un grueso imponente y un tierno tono un tanto agudo. No obstante, cada que lo requería, reluciente como siempre, el globo flotaba en el interior de su cabeza, chocando juguetón contra las paredes de hueso de su cráneo, animándolo así a seguir luciendo sus habilidades ante sus amigos, que ahora eran todo menos imaginarios, y a enfrentarse también a sus más terribles miedos.

Un día, al volver a casa, el joven se encontró con una especie de bolsa de aluminio tirada en el suelo, estaba arrugada, sucia y no parecía tener forma definida. La levantó y se dio cuenta de que arrastraba además una especie de hilo negruzco y enredado en varios puntos. Sin más preámbulos, lo tiró todo al bote de basura, se cambió la playera y bajó las escaleras a toda prisa. Afuera lo estaban esperando.

2 comentarios:

  1. Todos tenemos un globo en nuestro interior, algunas veces al henchirse nos agobia, nos asfixia, pero otras veces su concentración de helio nos lleva volando hasta lugares impensables.

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  2. Lugares inimaginables... Alfonso Quijano dijo:
    "Yo estuve loco, ahora ya estoy cuerdo" Eso es precisamente lo que nunca debemos decir, debemos permanecer en esta locura que nos hace creativos e inquisitivos. No caigamos en moldes sociales, no entremos en el aro del Estado.(Sic) "Subcomandante Marcos"

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Anda, di lo que piensas. Para algo han de servir estas redes...